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Mostrando entradas de 2014

Diario de campo Borderlands.

     Hace poco leí un artículo con mucho contenido social,  publicado por Michael Sheridam, Gerente binacional del proyecto Borderlands.  En el blog “CRS coffeelands Blog”, con un título muy sugestivo y donde se trataba una realidad cruda y desconcertante.  “¿Es el mercado estúpido?” se preguntaba Michael, una frase muy utilizada en la política Estadounidense durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992. Y entre otras, hacía las siguientes reflexiones. Claro está con referencia a la situación de nuestros caficultores:  1.       Los agricultores se comportan en su origen, según las señales que reciben del mercado. 2.       ¿Cuál es el panorama de los caficultores, si algunos  gurús del mercado manifiestan, que los pequeños agricultores que no están produciendo cafés de 85 puntos deben considerar otro tipo de trabajo? 3.       ¿Por qué aunque el mercado les diga a los caficultores que quiere Caturra, no les paga lo suficiente como para compensar el riesgo económic

Un agregado más.

     Arrendas un apartamento en un humilde vecindario al sur de la ciudad, las deudas te quitan el sueño y el trabajo te roe vivo. Hace días que una pregunta ronda en tu cabeza: “¿Y todo esto para qué?” En casa, luego de hacer las veces de padre ejemplar, cuando al fin tienes la satisfacción de un momento solo, piensas: “los niños no tienen la culpa”, caminas de un lado a otro, te sientes confundido y te preguntas: “¿De dónde salió ese pensamiento?”. ¿Qué clase de padre piensa que tal vez sus hijos pueden ser culpables de alguna cosa? Ahora has resuelto  entrar en la boutique,  huele a cuero y a perfume. Hay vitrinas cerradas con llave donde objetos pequeños —billeteras, monederos— parecen cachorros acurrucados bajo luces dicroicas, y tres estanterías que llegan hasta el techo, repletas de bolsos. Te quedas mirando los anaqueles y sientes, de pronto, un enorme desánimo, porque sabes que, decidas lo que decidas, decidirás mal. Elegirás un bolso demasiado simple, o demasiado osc

La poca felicidad.

La poca felicidad Nuestro gran tormento en la existencia proviene de que estamos eternamente solos, y todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos  no tienden más que a huir de esa soledad. Guy de Maupassant Que un hombre busque su felicidad más que cualquier otra cosa en el mundo significa, en primera instancia, que no es feliz. Descubrirlo no resulta tan fácil como parece; es un privilegio reservado a almas no banales. Y el camino a esa felicidad puede ser violento como un huracán que levanta hasta el cielo un pueblo en su torbellino; como un tsunami que a su paso devasta todo sin misericordia. Me llamo Ariel. Debo admitir que no soy feliz y que nada me aterra tanto como la soledad. La poca felicidad que he sentido en vida evoca mi infancia con mi madre, cuando mi inocencia me hacía creer que todo estaba bien. De esos años no hay mucho que decir, salvo que aún me desagrada la lluvia; me recuerda esos eternos días sin agua,  acarreando baldes desde la quebrad

Las bandas de Aleja

Los vientos de agosto que todos los años llegan a Samaniego tienen tanta magia, que el pueblo hace una gran fiesta. Músicos que llegan de todas partes a tocar en el parque lo hacen acompañados de alegres bailarines. La fiesta es tan importante que la Alcaldía pinta las calles, los señores las casas y las señoras el pelo. Los salones de belleza parecen fábricas de rubias de todos los tonos, y casi siempre sucede que sus parejas las confunden, especialmente el sábado en la noche. Pero mi papi nunca confunde a mi mami, porque siempre la acompaña a hacerse pintar, y siempre se sale antes, aburrido, y yo, detrás, con hambre. Entonces nos compramos una hamburguesa y esperamos en casa hasta que mi mami vuelva. Ella siempre llega mona y contenta. Asegura que ahora las bandas sí van a estar buenas porque vienen  músicos de allá, de más allá, y de más más allá. Pero mi papi le dice que eso es mentira, que ya escuchó en la esquina de la venta de minutos que los de más allá no vienen por

La apuesta

La apuesta Mi hermano mayor  tuvo siempre la mala costumbre de sabotear las carreras de llantas que hacíamos con mis amigos. El juego  consistía en conducir con una varilla una llanta vieja de moto o carreta. Las destapadas y empolvadas calles del pueblo eran nuestra pista. Improvisábamos pequeñas rampas con arena que sacábamos de las casas en construcción, y como entonces los carros del pueblo se contaban literalmente con los dedos de la mano, teníamos casi siempre todas las calles a nuestra disposición. Cuando por desgracia una de nuestras llantas chocaba contra alguna piedra y rebotaba hacia cualquier negocio de la calle central, toda la manada echaba a correr por los potreros. Así vivíamos la vida: sudor, polvo, ropas sucias y desgastadas. Aventureros de rostros tostados por el sol. Energía inagotable en frágiles cuerpos. Almas que no cabían en recipientes tan pequeños. Como había dicho: mi hermano Tano siempre nos saboteaba las carreras. Atravesaba su varilla, su pi

Historia en una rueda de Chicago.

Historia en una rueda de Chicago.      Fue el verano más intenso que haya vivido. La profe Katty había llegado hace un mes a trabajar como maestra de intercambio de inglés en el Liceo Mayor y desde entonces no pensaba en nada diferente a ella. No importaba que el festival de verano comenzara en quince días o que estuviera a punto de perder el año escolar.      Era el ser más hermoso que jamás había visto. Tenía cabello rubio, rizado y abundante. Sus ojos de un azul profundo brillaban como una llamarada viva y sonreían más que sus rojísimos labios. Cuando lucía sus Ray Ban no perdía el encanto, se tornaba misteriosa e indescifrable. Sus vaqueros ajustados delineaban unas nalgas rotundas y unas piernas esbeltas, elegantes y torneadas. Más que explicarlo con palabras me serviría una foto, así ustedes dirían: “¡Vaya!, sí que era hermosa”.      Todos los hombres de San Diego se esmeraban en cumplidos y piropos que ella aceptaba con amabilidad. Yo era un crio de trece años s