Las bandas de Aleja



Los vientos de agosto que todos los años llegan a Samaniego tienen tanta magia, que el pueblo hace una gran fiesta. Músicos que llegan de todas partes a tocar en el parque lo hacen acompañados de alegres bailarines. La fiesta es tan importante que la Alcaldía pinta las calles, los señores las casas y las señoras el pelo. Los salones de belleza parecen fábricas de rubias de todos los tonos, y casi siempre sucede que sus parejas las confunden, especialmente el sábado en la noche.
Pero mi papi nunca confunde a mi mami, porque siempre la acompaña a hacerse pintar, y siempre se sale antes, aburrido, y yo, detrás, con hambre. Entonces nos compramos una hamburguesa y esperamos en casa hasta que mi mami vuelva.
Ella siempre llega mona y contenta. Asegura que ahora las bandas sí van a estar buenas porque vienen  músicos de allá, de más allá, y de más más allá. Pero mi papi le dice que eso es mentira, que ya escuchó en la esquina de la venta de minutos que los de más allá no vienen porque les da miedo, por los soldados que mataron el otro día. Entonces mi mami hace una mueca de enojo y dice que siempre es lo mismo, que la violencia lo daña todo.
Una vez, una amiga de mi mami quiso venir a visitarla, porque en el Facebook se escriben siempre que se extrañan mucho, pero luego se arrepintió. Le dio miedo por lo de las minas. Mi mami le dijo que no fuera boba, que ésas no las ponen en el pueblo, que aquí todas las calles son pavimentadas, pero ella no le creyó y no vino. Mi mami se puso muy triste y mi papi la abrazó.
La fiesta de bandas comienza el viernes con el desfile. Toda la gente está muy contenta y se pone gafas oscuras, de ésas que venden a cinco mil. A los músicos de tierra fría se los conoce porque sus cachetes son colorados y sudan mucho. Los de Samaniego salen de últimos y todos aplaudimos porque queremos que ganen, sobre todo las mamis.
Mi papi y sus amigos siempre tienen sed y se la pasan todo el día con una cerveza en la mano y en la noche, cuando la mesa se llena de botellas vacías, sus ojos comienzan a ponerse saltones y rojos, y hablan cada vez más duro. Dicen que se van a ver más tarde, cuando se duerman los niños.
Y ahí ya no me gustan las bandas, porque quieren que los niños nos durmamos, y a nosotros no nos da sueño; nos gusta mirar a los señores que pasan con las manzanas llenas de caramelo, los globos de colores, los copos de azúcar, los jóvenes que disparan la escopeta para ganarse los chicles,  el gusanito… ¡todo! Nos antojamos de lo que vemos y queremos hacernos en todo. Al principio nos complacen para que nos cansemos rápido, pero como no nos cansamos comienzan a ponerse bravos. ¡Pero es que todos los niños estamos contentos!... y eso que no tomamos cerveza. Al final siempre les gano. A mis papis les da sueño más rápido que a mí y me los llevo a casa temprano. Pero al otro día, por más que me esfuerzo, ellos me ganan.
Esa noche de sábado salimos y damos una vuelta por la calle central. Mi papi me aprieta duro la mano para que no me pierda y mi mami mira a toda la gente como si tuviera la esperanza de encontrar a su amiga. Es como si todos los años contara la gente y siempre dice con cara de tristeza que vienen menos.
Mientras subimos por el parque, mi papi dice que hubo un tiempo en que las bandas fueron muy visitadas, que por la central no se podía ni caminar y que en la avenida había unos árboles que florecían justo para la fiesta.
De pronto se oye un enorme estruendo, como cuando se mete la guerrilla. Mi mami mira al cielo esperando que lo que acaba de sonar sea una chispita, y al ver que sí es, se tranquiliza. Se alegra nuevamente y nos baja presurosos al parque a mirar el castillo antes de que se acabe. A mí no me gusta el castillo por el ruido que hace, me aburre y me da miedo que me caiga en la cabeza una de las luces que bota. Mi abuela me contó un día que una vaca loca quemó el vestido nuevo que la tía Isabel se había puesto para salir a bailar el sábado.  Yo me río y le digo que eso no es nada, que el año pasado a mi papi le cayó una de esas luces en la cabeza y tuvo que salir corriendo a la casa a bañarse, porque olía a chamuscado.
Cuando llegamos al parque todo está oscuro. La banda, subida en una tarima, toca la canción que mi papi silba en esos días, y una nube de humo cubre todo el parque. Debajo del palo que sostiene el castillo, Juan Sinmiedo hace girar los muñecos que se van prendiendo y comienzan a moverse. Entonces toda la gente aplaude. Yo les digo que nos vamos rápido, que siempre es lo mismo: un señor tocando el tambor y otro bailando. Mi papi me carga, me hace cosquillas y trata de ponerme contenta, pero ya estoy cansada y me quiero ir a dormir.
Cuando les digo eso, a mi mami le brillan los ojos y mi papi se apresura a llevarme. Desde mi cuarto alcanzo a escuchar tantico la música hasta quedarme dormida.
A la mañana siguiente, mis papis aún duermen, mientras que yo ya me levanté hace una hora. No sé cómo les fue esa noche pero pienso que mal, porque se levantan bravos. Mi mami, con dolor de cabeza, va directo a la nevera, y mi papi da vueltas en la cama diciendo: “Ni más que vuelva a tomar”. Entonces yo les digo: “¡Ajá! Sí ven que salieron en la noche y me dejaron solita. ¡Mentirosos, feos!”.
La tarde del domingo los dos están cansados mientras yo me antojo de todo en el parque. Mi papi compra copitos de hielo con bastante limón para él y mi mami.
Si hay algo que nos gusta a los tres es mirar las danzas del domingo en el parque. Los bailarines nos ponen alegres y nos gusta muchísimo ver sus vestidos. Emocionada, le digo a mi mami que yo quisiera salir a bailar igual que ellos en esa tarima, para que mi papi me saque muchísimas fotos y se las mande a mi abuelita Romelia que vive lejos. Mi mami dice que a ella también le gustaría. Me imagina bailando en el escenario y se emociona tanto que el helado se le escurre y mancha su camisa blanca.
Cuando la acompaño a cambiarse, nos encontramos otra vez al borrachito que le gusta gritar: “¡Qué linda es Colombia!”
En la noche todos los músicos están emocionados en el parque esperando a ver quién gana, y cuando los nombran saltan y se abrazan contentísimos. Ellos se quedan bailando porque se trasnocharon soplando duro las trompetas pa’ que los demás bailen. No sé por qué hace tanto frío esta noche. Regresamos a casa temprano y ya no me dejan sola.
Al siguiente día ya todos se han ido. Unos alegres y otros aburridos. El pueblo se vuelve tan aburrido y perezoso que los señores se quedan dormidos en el parque, y cuando se levantan se dan ánimos diciendo: “De aquí ya está cerca diciembre”. 

Y a mí también me gusta diciembre, porque la Alcaldía alumbra los parques, los papás compran regalos y las mamás hacen natilla.

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