Juventud y esperanza, el valor de apoyar la educación en tiempos difíciles.


    Pocas cosas unen más a un pueblo que sus tragedias y sus triunfos. felizmente hoy nos une los triunfos, esas hazañas que de manera individual o colectiva se consiguen y que significan tanto para sus habitantes. Son como una bocanada de esperanza que nos refresca y que nos da aliento para seguir perseverando en lo que hacemos, con la fe de que, si ellos pudieron, también nosotros.

    En redes sociales se hizo viral la alegría con con la que el pueblo saludó y reconoció el triunfo de los jóvenes del colegio Policarpa Salavarrieta, que se coronaron campeones nacionales de microfutbol en los juegos Intercolegiados. Ver su recibimiento trajo a mi mente todas las veces que he visto desfilar por las calles a tantos jóvenes que nos representan de manera destacada a nivel nacional e internacional; futbolistas, ciclistas, taekwondistas, boxeadores, pero también artistas: músicos, danzarines, ilustradores o escritoras que han llevado las banderas del municipio por todas partes de Colombia y el mundo, como muestra de que, en medio de nuestra difícil situación social, la juventud florece, resiliente y entusiasta.

    Detrás de estos triunfos siempre está el trabajo perseverante de una familia que se esfuerza por crear el ambiente adecuado para que los jóvenes desarrollen sus talentos de la mejor manera: procurarles una alimentación adecuada, que cuenten con sus implementos deportivos o garantizar internet en casa para sus trabajos. Aunque parezca algo sencillo no lo es, menos en un pueblo con escasas oportunidades. Luego están los profesores de colegios y escuelas de formación deportiva o culturales que trabajan con los pocos implementos e infraestructura con que cuentan, sostenidos por la fe en el talento de sus jóvenes y el anhelo de lograr resultados importantes que convaliden su esfuerzo y permitan mejorar las condiciones en que trabajan. 
    La falta de recursos que adolecen municipios como el nuestro, no permite a las administraciones municipales apoyar como se debiera todas las iniciativas juveniles que se dan en el territorio, y suelen hacerlo cuando los resultados adquieren una trascendencia que supera lo local. Entonces son bienvenidos apoyos en dotación de uniformes, implementos deportivos o transporte. Bien que lo hagan, es su deber.

    Apostar por la juventud de nuestro pueblo parece ser la manera más efectiva de crear un mejor futuro para nuestra gente. Fortalecer de manera integral sus procesos requiere, ante todo, de voluntad política. Nuestros jóvenes se han convertido desde hace mucho tiempo en los responsables de las alegrías del pueblo. Su participación en escuelas de danza que cada año presentan sus coreografías en festivales y concursos, las gestas deportivas que los han coronado campeones departamentales, nacionales y mundiales o los intercambios culturales que los han llevado por diferentes partes del mundo, han servido para dejar constancia de nuestro talento, inteligencia e identidad. 

    Y aunque pareciera que todo va bien con nuestros jóvenes, quiero aprovechar esta coyuntura para poner los ojos en la educación, que es el eje fundamental desde el cual se construye su futuro; y lo hago para referirme a un problema que ha venido creciendo en Colombia en los últimos años, la deserción escolar.  Según cifras del Ministerio de Educación: 473.786 niños y jóvenes desertaron de sus colegios entre noviembre del 2022 y mayo de 2023, un aumento de más de 170 mil jóvenes comparado con los años 2021 y 2022 en el cual, el promedio fue de 330.000. Este informe, adicionalmente, menciona que el departamento en donde se presentan mayores niveles de deserción es Putumayo, y le siguen en su orden: Arauca, Guainía y Caquetá. Departamentos con grandes problemas de orden público, como el nuestro. Las causas de la deserción son variadas y a menudo interconectadas. La pobreza; la violencia en los territorios donde la población infantil debe abandonar sus aulas, como sucedió el año pasado con nuestros estudiantes del sector montañoso; la dispersión geográfica o la migración de los padres para trabajar en cultivos ilícitos, son factores clave que llevan a muchos jóvenes a abandonar la escuela.

    Este problema tiene un impacto negativo en nuestra sociedad, ya que afecta su desarrollo individual y social, limita sus oportunidades de acceder a una educación universitaria y mejorar su calidad de vida.  Basta con reflexionar en el hecho de que todos los jóvenes a quienes hemos recibido con tanto orgullo, pertenecen a alguna institución o escuela de formación; fuera de ellas, es muy difícil conseguir estos logros. 
    ¿A dónde van los niños y jóvenes que dejan nuestros planteles educativos?, ¿Qué hacen?, ¿Cómo se educan?, ¿Qué referentes tienen para construir su futuro?
    
    La deserción escolar es un problema que le roba el futuro a nuestros jóvenes. Un problema que nos roba a todos la oportunidad de construir un Samaniego mejor. Resulta clave priorizar una política pública enfocada en la protección de sus derechos, en especial a la educación, protección contra la violencia intrafamiliar, la prevención del consumo de sustancias psicoactivas, entre otros. Entre tanto, hay que seguir apoyando su talento para fortalecer sus procesos.
    
    Ellos tienen mucho que decir, y hace mucho se han ganado un espacio para ser escuchados en la toma de decisiones más importantes para el municipio.


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