Reinos.
La reina tiene los ojos tristes,
suspiros cautivos surcan su espejo,
siente que la vida apaga su brillo
que hurta la furia que arde en su pecho.
Sus ojos miel bañados en tristeza
no perciben su propia hermosura.
Sueña con castillos legendarios,
jardines colgantes, como en Babilonia,
tulipanes brotando en primavera
y alfombras doradas adornando el invierno.
Sus pensamientos se desvían del palacio.
¿Hacia qué lejanía se dirigen?
¿Qué rincón olvidado del reino los reclama?
¿Qué tarde los desvió del camino real?
La reina anhela surcar el cielo azul,
zambullirse en picada en el mar,
sentir la arena cálida bajo sus pies
y contemplar el ocaso desde un bote a la deriva.
Ella vence dragones con su sonrisa,
desmantela fortalezas con su mirada
y derrite icebergs con su cuerpo desnudo.
Es fuego sempiterno que arde,
un tornado que arrasa y se desvanece,
una ola en furia que escapa al abrazo del mar.
El rey lo sabe.
Él, es calma serena,
una idea errante que deambula,
un mirador en lo alto del cerro.
Juntos caminan su reino,
solitarios en esta hora de muerte,
dos enfoques distantes
que en el amor se funden.
La noche desciende lenta para los dos,
se hallarán de nuevo en sus horas profundas,
ella, incontenible por conquistar el mundo
él, inquieto por conquistar su ser.
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