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La Pascua, un viaje interior.

        

       Esta semana el mundo católico se congregó en torno al misterio de la Pascua, la resurrección del hijo de Dios. Desde las parroquias más humildes de nuestra Colombia hasta las catedrales más imponentes del mundo, la Pascua se erige como un recordatorio de que aún en medio del caos, existe la posibilidad del renacer y la redención. Y en esa fe, se celebra el domingo la misa más importante según el Nuevo Testamento.

    Colombia es uno de los lugares más católicos del mundo. Con un 57 % de feligreses, el catolicísimo sigue influyendo en el diario vivir de muchos pueblos y ciudades del país, también en asuntos de estado como los diálogos de paz, en donde su participación ha sido desde siempre activa. Sin embrago, hay que reconocer también los escándalos de pederastia al rededor del mundo, realidad que ha golpeado fuerte su credibilidad; hasta que llegue su juicio divino, los responsables deben juzgarse con nuestras leyes, aquí hay un gran reto de iglesia y estado. Entre tanto, la actitud del papa al entender las denuncias de pederastia como una manera de fortalecer y limpiar la fe, y actuar en consecuencia, es un camino que de seguro contribuirá a mejorar su relación con el mundo actual.

    Este Domingo de Pascua, más allá de las diferencias doctrinales, celebro la riqueza y diversidad de creencias que, en su esencia, buscan ofrecer una visión del mundo que trasciende lo material y lo efímero. En un mundo saturado de superficialidad, las enseñanzas de diversas tradiciones espirituales aparecen como un recordatorio de lo que realmente debería importar: la búsqueda de significado, de conexión con algo mayor que nosotros mismos, de un propósito que ilumine nuestra existencia.

    Tal vez una de las maneras más reales en que los feligreses conectan con la fe sea la peregrinación, un viaje simbólico hacia el interior, una búsqueda de significado que trasciende las barreras de la fe, y por eso el Jueves Santo es parte de nuestro ritual de penitencia, visitar algunos santuarios y templos. Cada año, la iglesia del municipio de Yascual, en Nariño, se llena de cientos de peregrinos que la visitan, para cumplir alguna promesa a San Sebastián, su patrono; pedir alguna intercesión, fortalecer su fe,  conectar con su propio sistema de creencias, o simplemente pasar un momento de integración con familiares y amigos. De cualquier manera, este viaje es una excelente manera de mirar hacia  nuestro interior.

    Esta vez también quise hacerlo, buscando en la peregrinación no solo un momento de comunión con lo divino, sino también una oportunidad para fortalecer mi espiritualidad. Mientras subíamos desde Balalaica por sus hermosos y exigentes caminos, en el bazar de ocurrencias que suelen aparecer en las charlas de amigos, asomaba siempre alguna reflexión acerca de la fe Cristiana, la historia de Jesús, el papel de la iglesia en la actualidad o los milagros que todos quisiéramos que más temprano que tarde, llegaran a nuestra vida. Conectar con la fragilidad de nuestra existencia me hizo recordar una historia muy particular que el Padre Bolivar  sacerdote muy querido en nuestra parroquia por la calidad de sus sermones y el arreglo del templo contara un domingo, en una de sus homilías. “De niño, mi abuela me llevaba a misa todos los domingos. Un domingo, mientras cruzábamos el parque de camino a la iglesia, encontramos al padre tirado en el piso, borracho, sin poder valerse por sí mismo. Mi abuela, con cara de enojo me dijo: vámonos mijo, que este domingo no hay misa, el otro domingo volvemos”.

    En el sermón explicaba el padre, que su abuela le había enseñado de niño una verdad de a puño para todo creyente: "la fe debe ser puesta en la palabra de Dios que es inmortal y perfecta, no en el sacerdote". Advertía a sus feligreses de la fragilidad de una fe depositada en el hombre y recomendaba con convicción la lectura de la biblia, palabra escrita durante mil años, libro de libros en el que la humanidad puede leerse, y en el que es posible meditar sobre las cosas más profundas de la existencia, en especial los evangelios, lecturas estupendas, aún para quienes tienen otras ideas religiosas, o ninguna. 

Por enseñanzas como esta valoro que cada domingo desde el púlpito de toda iglesia, se hable acerca de de nuestra fragilidad humana, la grandeza del perdón, del valor de la compasión, de la humildad del arrepentimiento, de las virtudes forjadas en el dolor, etc., y que lo hagan en un intento de preservar la moral del pueblo, para que camine de manera ética en cualquier ámbito de la vida, reconociendo también sus propias faltas.

    Este Domingo de Pascua quiero reconocer el valor de todas las religiones que nos ofrecen una visión del mundo alejada de conceptos superficiales que se asumen como verdades. Lejos de influencers o creadores de contenido, los predicadores de muchas religiones ofrecen pacientemente, caminos de espiritualidad que nos conectan con los valores más profundos de la existencia, para que nuestro paso no sea en vano, sino que tengamos la oportunidad de reflexionar sobre aquello de divino que tenemos dentro y que deberíamos pulir para que brille y sea luz.

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