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Historia de un adios.

         Son las seis de la mañana, el sol asciende lento,  rojo  como una yema de huevo sobre el horizonte. E l restaurante está ubicado en el décimo piso del hotel y ofrece un vista excepcional de la bahía. Desde una de sus mesas, finamente decoradas, observas la cúpula de la catedral, posee esa afable elegancia de quien envejece con gracia. Al fondo, el mar, imponente, sereno, y sobre él, una pequeña isla. Si la buscas en Google, la encuentras como Isla Pelícano, tiene esa rara atracción de lo prohibido.       Un hombre ha subido a la cúpula del templo. Lleva un sombrero de paja de ala ancha que lo protege del sol, una camisa blanca de manga larga y unos viejos pantalones de trabajo. Ensimismado, raspa las costras que deja la sal cristalizada por la humedad en la iglesia.      —Limpiar iglesias frente al mar... debe ser un buen trabajo —te dices, contemplando la calma con que realiza la tarea. El sol ya fl...

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