¿Tiene la política como la medicina, sus propios placebos?
Esta mañana leí una columna muy interesante en
un blog de opinión del New York Times, escrita por Gary Greenberg, titulada:
“El poder curativo de no tomar nada”, en la que habla acerca de los llamados
placebos y sus particulares efectos en el ser humano.
En uno de sus párrafos describía el efecto
placebo como el fenómeno en el que la gente afligida se siente mejor con
tratamientos que funcionan por una razón aún no discernible, algo así como una
“medicina falsa” con el fin de recalcar
de que seguramente funciona porque “a la gente le gusta que la engañen”.
Afirma que luego de un cuarto de siglo de
trabajo, ya tienen suficiente evidencia para comprobar que es así, ¡y que
realmente funciona!
Los estudios muestran que, si le das a alguien
una píldora compuesta de azúcar, ese paciente —sobre todo si tiene alguna
condición crónica agravada por el estrés y si el tratamiento le es dado por
alguien en quien confían— mejorará.
“Dile a alguien que su malteada normal es una
bebida de dieta y su sistema digestivo va a responder como si hubiera tomado
algo bajo en grasas, y si el medicamento tiene un nombre y mercadeo elaborado
se reporta que funciona mejor”. ¿Increíble no?
Pero no seguiré contando aquí lo que decía el
artículo, —al final del texto compartiré la dirección para que usted lo lea—.
Sucede que mientras lo leía, pasaba frente a mi
casa un carro haciendo perifoneo político sobre un candidato y mientras
esperaba que pase, no pude evitar preguntarme si en política existen también
candidatos placebo —píldoras de solo azúcar que dan resultados—, lo curioso de
todo esto es que los placebos han ayudado a la medicina en muchos casos, ¿pero
ayudan en política?
Si hacemos una analogía entre medicina y
política, el candidato placebo sería ese fenómeno electoral con el que el pueblo
agobiado por la falta de oportunidades, sin empleo y con un panorama difícil,
deposita sus esperanzas, aun sabiendo
que no es la solución óptima a sus problemas sino que dadas las circunstancias,
no tiene otra alternativa, o por el solo hecho de que es recomendado por un
político tradicional.
La política Colombiana está llena de ejemplos:
Uribe llegó a la presidencia proclamándose como solución al problema de una guerrilla
fortalecida en el gobierno de Pastrana de la cual la inmensa mayoría del pueblo
estaba cansada.
Luego de 8 años en el poder y ante la
imposibilidad de reelegirse nuevamente, el mismo Uribe lanzó a Juan Manuel
Santos que nos gobernó otros 8 años. Y en las últimas elecciones hizo lo mismo
con Ivan Duque.
Como puede verse, el señor Uribe no pone
candidatos, pone presidentes. Pildoritas que receta al adolorido pueblo y que
él las toma con la ilusión de que funcione, porque a muchos les funcionó. Su
ventaja está en que aún le creen y aceptan sin más sus recetas.
Algo muy parecido sucedió en Venezuela. En su
discurso de despedida Chavez decía a su pueblo: “Si algo me llega a pasar,
ustedes elijan a Maduro como presidente de la República”. Y ahí sigue Venezuela
con su pildorita. Izquierda y derecha tan distintas y tan iguales.
Resulta por lo menos curioso, que las
circunstancias que se dan en el plano nacional se den también a nivel local.
Es como si nos dejáramos llevar por el empaque
o por el político tradicional que nos dice cuál es la solución a nuestros
problemas de violencia, desempleo, precariedad en la salud, falta de cultura
ciudadana, sensibilidad social, vías, etc., y tomáramos con fe ciega la píldora
solo porque a fulano o zutano le seguimos creyendo ciegamente, como sucede en
Colombia con el presidente eterno.
Lo que resulta triste de todo esto para mí, es que
si bien el placebo resulta bueno para la medicina, pareciera que no lo es tanto
en política, y el enfermo pareciera no mejorar luego de 10, 15 o 20 años de
tratamientos parecidos.
Tal vez porque los expertos que recomiendan tal
o cual píldora se han equivocado, quizá porque estamos mal diagnosticados y
nuestra enfermedad necesita tratamientos más avanzados o simplemente, porque
nos da miedo experimentar con otras fórmulas que podrían funcionar.
Para decidir qué jarabe nos tomamos cada vez
que los especialistas en curas para la democracia abundan, resulta
indispensable leer entre líneas la etiqueta del remedio que nos ofrecen,
investigar de qué está compuesta cada pócima, que resultados a mostrado, como
se ha comportado en otros casos, efectos secundarios, fecha de fabricación y
vencimiento y no menos importante, quién lo distribuye.
A lo mejor, después de informarse, tengamos
mejores herramientas para elegir. De seguro que algunos no son solo azúcar.
Toda esta información estará siempre en sus
programas de gobierno y en el mercadeo que hagan para darlo a conocer en sus
sedes y redes sociales.
Creo que cada vez somos más los ciudadanos que
optamos por el voto consciente, de opinión. En mi caso lo hago por respeto a
los conceptos fundamentales de la democracia y también como un acto de
responsabilidad y compromiso con el pueblo.
Tal vez, el poder curativo de no tomar nada
está en escoger conscientemente nuestros propios placebos y esa sea la única
forma en que se vean los resultados.
Creo que los políticos y la política en nuestro hermoso país es sinónimo de corrupción y que las personas que siguen creyendo en el político de turno están detrás de un favor o beneficio personal (placebo) y no les importa lo realmente importante que es el desarrollo, la inversión, la generación de oportunidades y el bienestar social de toda la población.
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